El éxtasis de la política hortera

Seamos sinceros, resulta frustrante comprobar día tras día que el panorama político patrio actual es muestra de una lamentable política hortera y chabacana, que se caracteriza por un estilo vulgar, ostentoso y falto de refinamiento, tanto en la forma como en el contenido del discurso y las acciones de ciertos políticos.

Un patético ejemplo de esta afirmación sería ese constante ir y venir gestual, actitudinal y modal de María Jose Montero, dícese vicepresidenta del gobierno de España.

Pero es que la política hortera y chabacana no surge de la nada, para serlo se nace con ello en el ADN. Confieso que me tiembla el pulso con solo pensar que, si Sánchez no estuviera, su sucesora institucional sería «la Montero” (perdón por el laismo, pero se hace necesario) y la cosa no mejoraría, puesto que de no ser ella sería Armengol. Dios que terrible perspectiva.

La mediatización de la política del Régimen sanchista ha jugado un papel crucial en los aspavientos de personajes como «la Montero». Los medios de comunicación, especialmente la televisión y las redes sociales, han incentivado la visibilidad de este estilo político que privilegia el espectáculo chabacano como medio de alcanzar cierto espectro social de voto, más pegado a Sálvame que a la reflexión.

Además la crisis de representación política ha contribuido a este fenómeno. En un mundo donde las instituciones tradicionales de la democracia enfrentan un descrédito significativo provocado desde el mismo gobierno, la política hortera y chabacana se presenta como una respuesta simplista, populista y seductora a problemas complejos.

Una de las características más evidentes de la política hortera de gente como “la Montero” es su estilo ostentoso y vulgar. Esto se manifiesta en el uso de un lenguaje vulgar, a menudo vergonzoso, y en la adopción de comportamientos que buscan provocar y captar la atención mediática.

La Montero ha adoptado este estilo despreciando las normas de decoro y las convenciones establecidas, prefiriendo una comunicación directa y una interlocución ordinaria, por encima de lo que se le es exigible al cargo que ocupa y dando a este un valor rallante en lo absurdo.

Su estilo de comunicación, plagado de exageraciones y declaraciones un tanto macarras, redefine el discurso político de un gobierno ante su oposición, marcando un hito en las formas populistas en las que el sanchismo asume que ha de significarse. La estética de sus eventos, y el despliegue de una parafernalia casi circense, ejemplifica la dimensión hortera de su comportamiento, por ejemplo en el Congreso como “groupie” de su presidente en cada una de sus intervenciones.

En cuanto al contenido, esta horterada se caracteriza por la simplicidad y el maniqueísmo. Los problemas complejos se reducen a eslóganes simplistas y declaraciones de amor hacia el líder.

Esta escuela de “ser político sanchista” es la que ha hecho que tipos como Puente y otros hayan florecido en el entorno del PSOE. Incluso ha hecho que el tal Pachi López, antes político vasco y ahora devenido en agitador haya abrazado esta tendencia de bajo talante político.

Este tipo de políticos refleja una profunda desconfianza hacia los expertos y las instituciones tradicionales. En lugar de basarse en datos y análisis rigurosos, se apela a las emociones más primarias del electorado, como el miedo, el odio y la exposición de un futuro incierto.

Una de las consecuencias más perniciosas de la política chabacana es la degradación del discurso público. Cuando el debate político se reduce a insultos y provocaciones, se pierde la capacidad de deliberar sobre cuestiones importantes de manera racional y constructiva. Esto no solo polariza a la sociedad, sino que también socava la confianza en las instituciones.

Montero además, añade a todo esto, cierta bajeza en el lenguaje y las manifestaciones que se agudiza en los mítines del PSOE actuando como algo parecido a las animadoras de los institutos de EEUU. Solo le falta la minifalda y los pompones, pero está a un minuto de ello.

Esta forma de hacer política no solo afecta al ámbito político, sino que también tiene implicaciones culturales y sociales más amplias. Al normalizar el lenguaje vulgar y los comportamientos horteras se da patente de corso a una degradación de las normas sociales y del civismo. Esto provoca un efecto corrosivo en la cohesión social, en la capacidad de la gente para resolver conflictos de manera racional y constructiva.

Frente a esta política chabacana, es esencial reafirmar los valores democráticos fundamentales, como el respeto por la verdad, el debate racional y el civismo. Esto requiere un esfuerzo tanto de los líderes políticos como de los ciudadanos y las instituciones de la sociedad civil. La educación cívica y la promoción de la alfabetización mediática son herramientas cruciales.

Es fundamental, trabajar en el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Esto implica no solo reformas legales y políticas, sino también un cambio cultural que valore la integridad y la competencia por encima del espectáculo y la provocación.

Los partidos políticos, sobre todo el Partido Popular tiene el deber de mantener y redoblar sus esfuerzos por elevar el nivel del discurso público y comunicar muchísimo mejor sus soluciones basadas en el conocimiento y la evidencia.

Es imprescindible reorganizar la estructura del mensaje del PP al ciudadano y comenzar un camino que haga visible la verdadera función que debe asumir un gobierno en España.

Resulta vital que se asuma la responsabilidad de elevar el nivel del discurso público y de exigir un comportamiento ético y competente de los que ocupan el poder.

Solo así se podrá construir una política que, lejos de ser hortera y chabacana, sea digna, inclusiva y verdaderamente democrática.

Haciéndolo, con un poco de suerte, estaremos más cerca de ver a Sánchez abandonar la poltrona a la que se ha atado a nuestro coste.

Pues eso

Deja un comentario