Quizás lector no lo sepas o quizás no lo recuerdes, pero en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Río, solo un equipo recibió tantas aclamaciones como el local Brasil. Se trataba de los atletas olímpicos refugiados, diez competidores desplazados de sus países que participaron, por primera vez en la historia, amparados por las Naciones Unidas. Entre ellos estaba la nadadora siria Yusra Mardini, quien atravesó el mar Egeo nadando durante tres horas para poder alcanzar la isla griega de Lesbos.
Mardini tuvo suerte, mucha más que Aylan Kurdi, el pequeño que murió ahogado en la playa turca cuya imagen dio la vuelta al mundo, causó indignación e incendió las almas de la gente de bien. Aylan era un niño y sus brazadas no fueron rival para un mar embravecido que jugó con su cuerpo hasta ahogarlo y depositarlo en una playa turca. El mar para él fue su esperanza y su final. La foto de su pequeño cuerpo tumbado e inerte en la playa, llevó a nuestra desesperación e inundó las portadas de los medios de comunicación de todo el mundo.
Sin embargo aquello que provocó una denuncia social por sí mismo y que daba la impresión de haber obligado, de una vez por todas, a los gobiernos europeos a actuar y a poner remedio, cayó una vez mas en el olvido. Los gobiernos continúan si dar soluciones y solo cuando el hedor de la tragedia es irrespirable, o cuando ven en ello una oportunidad de sacar provecho, actúan buscando los titulares. Sí, descarto que las actuaciones sean de conciencia.
Pero la culpa no es solo suya. Hoy solo se recuerda a Aylan cuando alguien lo menciona. Su muerte fue tan desgarradora como efímera. Pronto fue desechado del recuerdo inmediato, asaltado por la rutina nimia y frívola del día a día.
El horror de la situación en Siria es el principal motivo por el cuál la mayor parte de los refugiados huyen de ése país. La guerra civil que arrasa Siria, minada de intereses estratégicos internacionales, está haciendo de la muerte su rutina diaria y creando cada día nuevas formas de morir para quienes allí viven: carencia de agua, alimentos, aire…
El resultado no puede ser mas devastador. Mas allá de lo poco que importa la vida de un ser humano para los enfrentados que matan sin criterio alguno (si es que al matar existiera criterio posible), la situación empuja hacia el mar a cientos de miles decididos a viajar a Europa intentando evitar la muerte o los campos de refugiados de los países vecinos.
Y es que son muchas las denuncias de algunos medios internacionales, a lo largo de esta tragedia, al respecto de ciertos desaprensivos inmorales de países de occidente que junto con miembros de las bandas mercenarias que allí operan, están involucrados en el tráfico de órganos de ciudadanos sirios hacia Turquía.
Medios como el canal libanés Al-Mayyadin han denunciado, no en pocas ocasiones, que el territorio turco sirve de puente para este comercio y que se suma al del armamento, municiones y avituallamientos para los grupos que, respaldados por gobiernos de Occidente y regionales, pretenden derrocar a Bashar al-Assad. Con anterioridad, la agencia iraní FARS alertó del florecimiento de este negocio en la ciudad siria de Alepo, ciudad liberada pero que estuvo bajo control de la llamada insurgencia y del Daesh.
Precisaban las fuentes que los órganos que viajan a Turquía se extraían no solo de cadáveres, sino también de personas heridas.
De igual forma, existía un comercio de personas vivas secuestradas y de cadáveres que los terroristas sacaban de contrabando fuera del país. Según algunos informes, un cuerpo valía 150 dólares y por una persona viva los opositores armados recibían diez veces más dinero: una vida por 1.500 dólares.
Pero por otro lado y tal y como publicó The Guardian, según estimaciones de la Europol (Oficina Europea de Policía), al menos 10.000 niños refugiados que viajaban solos habrían desaparecido nada más llegar a Europa. Algunos estarían con familiares sin conocimiento de las autoridades, pero otros se encuentran en manos de organizaciones de tráfico de personas.
La llegada del Aquarius a Valencia con más de 629 refugiados se ha convertido en noticia. Curiosamente también por ser la primera medida de un gobierno recién llegado a España mediante una moción de censura.
Los refugiados no saben quien es Pedro Sánchez, ni les interesa. Buscan poder llegar a donde sea, pero llegar. Les recibiremos con improvisación y sin preparación para ello, pero eso a ellos les da igual, pisar tierra libre en algún sitio y no morir engullido por las olas ya es una victoria.
Aplaudo la decisión del Gobierno de España, pero espero de corazón que los motivos sean los correctos y que no sea una acción propagandística de un gobierno en busca de un check verde ante sus ciudadanos. Espero también que Europa (sabe Dios lo que es eso hoy), reaccione y no deje ahogarse una vez más a los compatriotas de Aylan y Yursa.
Y es que lejos de estar resuelta, la situación de cientos de miles de refugiados atrapados a caballo entre Europa y Turquía sigue siendo desesperada. Lo realmente terrible no es lo que sabemos y vemos, sino lo que no vemos ni oímos. Esa parte opaca del mundo tan llena de tragedias invisibles.
Los gobiernos de los Veintiocho están mirando permanentemente hacia otro lado y este dramático problema ya no figura entre las prioridades de la agenda política comunitaria (ni de la sociedad). Hasta el punto que prácticamente ninguno de los países de Europa cumple con los compromisos de acogida y de reasentamiento de refugiados.
La descripción de este drama humanitario queda perfectamente expuesto en una frase del Papa Francisco, este Papa que admiro y que agita las estructuras de la iglesia a la vez que convulsiona las almas de todos en cada frase: “Los muros no son la solución, los refugiados están ahí, en la frontera, porque hay puertas y corazones cerrados”.
Pues eso