A base de escucharlo uno había llegado a asumir la queja reiterada de las mujeres hacia los hombres. Frases como «están cortados todos con el mismo patrón» o bien «todos los hombres son iguales» han conformado hasta hoy el dietario de quejas permanentes que las mujeres tenían hacia nosotros, con seguridad con toda razón. Hasta aquí, por lo general, no pasaban de ser dichos descriptivos y cotidianos de una mujer enojada con el sexo opuesto.
También es cierto que últimamente el ambiente se había venido caldeando hasta el punto en el que gran parte de la retórica feminista había cruzado la línea que separaba lo cotidiano de las críticas directas a los hombres, y se centraba en lo personal: cómo hablamos, cómo abordamos las relaciones, incluso cómo nos sentamos en el transporte público. Se ha ido poniendo el acento sobre nuestros defectos masculinos como condenas absolutas, y cualquier objeción a ello por parte de una mujer se ha considerado un síntoma de complicidad inaceptable.
Sin embargo hoy corren tiempos difíciles si eres hombre. Día a día los comentarios contra nuestro sexo han evolucionado hasta convertirse en acusaciones e ataques generalizados hacia el varón. El acoso que antes se estaba produciendo hacia las mujeres, a todas luces injusto y abusivo, se esta tomando un cariz de acusación violenta, generalizada y en ataque permanente e indiscriminado hacia el sexo masculino.
Desde la Declaración de la Convención de Seneca Falls, en 1848, sobre los derechos de la mujer en la que se enumeraron los motivos de queja de estas contra el hombre, el feminismo siempre ha crecido como un desafío hacia el poder masculino. Pero siempre esas quejas estaban dirigidas a las instituciones, no a los individuos.
Ahora bien, hoy esta tendencia ha alcanzado un nuevo nivel sumamente inquietante. Las teorías feministas radicales que consideran que la sociedad es un “heteropatriarcado” han pasado de lo académico al activismo beligerante amplificadas por las redes sociales.
Se esta dejando paso a la creencia profunda por parte de ciertos sectores feministas no solo de que la mujer puede prescindir del género masculino para vivir, sino que lo odia y nos considera a todos violadores o asesinos en potencia. Es el nuevo feminazismo.
En general pareciera que estamos frente a un caso de misandria general que, sin limites ni fronteras, atraviesa el mundo.
Para ejemplo un botón: La semana pasada leí un tuit de aquella participante de “Campamento de verano 2013” de Tele 5, dicen que también escribe, una tal Lucía Etxebarría que decía: “Por un 2019 en el que los hombres y chicos que salgan de casa vuelvan sin haber agredido, acosado o violado a una mujer”. Seis años desde que abandonara aquel reality ¿y lo paga con nosotros?, de locos.
Sean cuales sean las razones de la ola actual de misandria —una palabra usada irónicamente por muchas feministas—, el caso es que existe.
Las cosas han llegado a un punto en el que los ataques a los hombres se han convertido en un murmullo constante en los medios digitales progresistas.
Este es un problema que se esta convirtiendo en algo extraordinario, y no sólo porque puede hacer que los hombres simpaticen menos con los problemas de las mujeres sino porque la generalización hace que muchos nos sintamos injustamente tratados cuando, en la medida en que podíamos, hemos ido reconociendo el valor y la importancia que tiene igualar a hombres y mujeres.
Sin embargo, a mi juicio, el esfuerzo realizado por superar una sociedad machista y a la vez luchar por una sociedad justa e igualitaria, se esta prostituyendo en algo que busca el predominio de las mujeres sobre los hombres y el aplastamiento de los mismos gracias al feminismo exacerbado y el extremismo.
En estos días en los que oímos que el poder de las mujeres está triunfando y que se acerca “el fin de los hombres” —o al menos, de la virilidad tradicional—, los varones no nos vemos reflejados en los ataques injustos de las feminazis.
La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres debe venir principalmente del reconocimiento de la misma, no de si el sexo es un hecho distintivo. El problema de las cuotas por decreto es que son una enorme mentira. La cuota no debería existir y sí el reconocimiento del talento y la capacidad de cada uno, da lo mismo que sea mujer u hombre.
La discriminación positiva, como se entiende en EEUU, es absurda desde el momento en que se le denomina discriminación. Ninguna discriminación es positiva y mucho menos buena.
Uno no es mejor por ser hombre o mujer, es bueno por los méritos que acredita y ahí es donde hay que buscar la igualdad.
La misandria corrosiva que avanza, el odio al hombre que se cultiva en las redes sociales, esta empezando a generar un cierto tipo de racismo de genero, una nueva patología en una sociedad enferma en la que cualquier cosa vale con tal de insultar al diferente, al contrario y últimamente y por lo general al hombre.
Las diferencias van más allá de la entrepierna, pero la ciencia asegura que nuestros cerebros son los que determinan si somos o no capaces de desarrollar las mismas cualidades que nuestros opuestos y es de ahí, de nuestros cerebros, de donde debe partir el afán por la igualdad y no desde el racismo de genero que infecta nuestra sociedad.
Pues eso