“Teníamos conversaciones sobre muchos temas, sobre la familia, sobre los amigos, hasta que empezó a introducir el tema sexual. Todo fue muy sutil. Primero me besó en la mejilla. Yo pensé que fue un beso de cariño, pero acabó besándome en la boca. No entendía nada de lo que estaba pasando”. La vida de Miguel Ángel Hurtado, un psiquiatra español que vive en Londres, nunca fue lo mismo después de cumplir los 16 años, cuando un sacerdote sexagenario se acercó a él con intenciones espurias que nada tenían que ver con enseñarle las bondades del catolicismo.
Lamentablemente su caso no es único, es uno mas de los miles de casos de pederastia que se han registrado en el seno de la iglesia católica en los últimos tiempos. Con todo lo conocido, estos casos, no parecen que sea sino tan solo la punta de un iceberg que amenaza y pone en riesgo los cimientos mas profundos de la Iglesia de Pedro.
La Iglesia católica está golpeada por una ola de escándalos de pederastia, como el que implica al cardenal australiano George Pell, número tres del Vaticano, declarado culpable de violación y abusos sexuales a dos menores.
Ante casos como este el Vaticano albergó la semana pasada una cumbre inédita sobre la pederastia, al final de la cual el papa Francisco prometió «una lucha a todos los niveles» contra los abusos sexuales por parte del clero. Francisco fue especialmente directo al advertir que todo aquel religioso, hombre o mujer, que se vea implicado en un caso de abuso infantil, deberá dimitir de su ministerio con independencia de cuál sea su escalafón en la jerarquía eclesiástica, imponiendo así, por primera vez, la doctrina de la tolerancia cero con este tipo de prácticas abominables.
En agosto de 2018, una investigación de la fiscalía de Pensilvania destapó abusos sexuales perpetrados por más de 300 «curas depredadores» y su encubrimiento por parte de la Iglesia católica de ese estado, donde al menos 1.000 niños fueron víctimas de esos actos. Por su lado y según una investigación del diario Boston Globe, la jerarquía de la diócesis de Boston, y en particular el ex arzobispo Bernard Law, encubrió personal y sistemáticamente los abusos sexuales cometidos por otros 90 sacerdotes durante décadas.
No hay más que echar un vistazo a los periódicos para darse cuenta de que el problema para la Iglesia adquiere tintes de auténtica epidemia. Es algo con lo que ni siquiera la fe puede luchar pues no pertenece al mundo de la creencia religiosa sino al mundo mas soez de algunas pasiones terrenas.
Es evidente que el papa ha declarado la guerra a los acosadores sexuales que ocultan sus vicios tras el hábito pues la avalancha de casos no permitía otra cosa. Pero tan verdad como que aún queda mucho camino por recorrer y que un sector de la jerarquía eclesiástica se resiste a abrir los archivos secretos del Vaticano, donde se almacenan miles de expedientes de abusos a menores.
Pero pese a la actitud decidida del Papa, la Conferencia Episcopal Española asegura de forma sorprendente que no dispone de datos sobre cuántos religiosos se han visto involucrados en este tipo de escándalos en los últimos diez o quince años en nuestro país, pues asegura que los datos están en cada diócesis y las diócesis dependen de Roma.
Recabar de cada diócesis cifras concretas no es tarea fácil y ningún medio de comunicación ha conseguido acceder, de momento, a ese material sensible. De manera que una vez más la burocracia y la complicidad de los demás poderes del Estado, que prefieren no toparse con la Iglesia, sirven a la jerarquía católica para ocultar una realidad que puede llegar a ser aterradora.
Mientras tanto la curia católica suele ampararse en el secreto de sumario que el Derecho Canónico impone a este tipo de procedimientos para no facilitar información.
Los prelados de la curia española suelen minusvalorar la importancia de estos escándalos, asegurando que la corrupción infantil ejercida por miembros del clero es mínima o residual.
En la Conferencia Episcopal Española, sin ir más lejos, hay quien mantiene una interpretación algo distinta a la postulada por el sumo pontífice. Mientras unos obispos reclaman más contundencia en la lucha contra la corrupción, otros matizan y prefieren lavar los trapos sucios en casa, como Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, quien en algún momento ha llegado a afirmar que esta problemática no le preocupa “excesivamente”..
En este punto creo necesario retomar las palabras del anterior Papa cuando se dijo: «Habéis traicionado la confianza depositada y debéis responder ante Dios y los tribunales». Era el grito, dolorido y escandalizado, que el Papa Benedicto XVI lanzaba en su su carta pastoral a los fieles de Irlanda sobre los abusos sexuales del clero. Quizás porque el Papa anciano, que llegó al solio pontificio con la misión de limpiar la «suciedad» de la Iglesia, recordaba la todavía más dura sentencia de Cristo en los Evangelios (Mc. 9,42) : «¡Ay de aquel que escandalizara a un niño! Más le valiera haberse colgado una piedra de molino al cuello y arrojarse al mar».
Ratzinger como sabemos dimitió el 28 de Febrero de 2013, quien sabe si hastiado de lo que vio, quien sabe si por miedo a esto.
Pues eso