
El mundo debate su egoísmo en reuniones de políticos zoquetes o prepotentes en un momento en que cualquier medida tiene una importancia definitiva para su devenir futuro. Sin embargo, entre las cuestiones a debate aquella que por su importancia para el perdurar del ser humano, el calentamiento global y el medio ambiente, apenas si surge como un tema menor y manido a tocar.
El mundo como espacio natural en el que vivir apenas le interesa al ser humano y mucho menos a quien les dirige y eso necesariamente conduce a su final.
Una prueba de esto es la forma tan trivial e intranscendente con la que el mundo pasó por encima del pasado 8 de Junio, Día de los Océanos.
Como si de un reclamo publicitario se tratara, apenas si fuimos sensibles a su trascendencia que no era menor. Poner en valor la importancia de los océanos y mares del mundo sin embargo, es de una importancia vital cara al futuro como así fue reconocido por la ONU otorgándole ese día.
Los océanos son los pulmones de nuestro planeta, que generan la mayoría del oxígeno que respiramos. Pero es necesario, diría que vital, concienciar a la opinión pública sobre las consecuencias que la actividad humana tiene para los océanos y poner en marcha un movimiento mundial ciudadano a favor de ellos.
Los políticos, en especial los escépticos subordinados al mando de Trump, están generando un mal al mundo desconociendo del calentamiento global. La chulería y escasa inteligencia social del nuevo líder de occidente resulta paralizante para mucha gente que se reconoce en su escepticismo y no contribuye a asegurar la subsistencia de nuestro mundo.
«No me lo creo». Con estas cuatro palabras, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tumbó 1.656 páginas de un informe a finales de 2018 que detallaba los devastadores efectos del cambió climático en la economía, la salud y el medio ambiente. Poco o nada le importó, y le importa, al déspota al mando de la Casa Blanca y llamado defensor de occidente, que el estudio esté respaldado por 300 científicos de 13 agencias federales diferentes y se haga por ley. La Casa Blanca no cree en la Casa Blanca.
Aquel informe era brutal y no se suavizó en lo más mínimo a pesar de que el inquilino de la Casa Blanca fuera un negacionista del cambio climático. Haciendo gala de una estupidez proverbial Trump tuiteó entonces con ironía lo siguiente respecto a la avalancha de frío que se cernía sobre la costa Este del país: “¿No era que había calentamiento global?”
Ante semejante alarde de insensatez es por lo que se hace vital movilizar y unir a la población mundial en torno al objetivo de la gestión sostenible y sobre todo de los océanos, que son una fuente importante de alimentos y medicinas y una parte esencial de la biosfera, además de una fuente inagotable de belleza, riqueza y potencial de subsistencia así como patrimonio de las generaciones futuras a las que nos debemos.
De la importancia del tema del calentamiento da fe que la Organización Meteorológica Mundial de las Naciones Unidas, dos agencias estadounidenses y una del Reino Unido llegaran a la misma conclusión: el 2018 fue el cuarto año más caluroso desde que se tienen registros hace 139 años, seguido de 2016, 2015 y 2017. Y se prevé que los cinco próximos años sean incluso más cálidos, ¿Alguien se extraña pues de las temperaturas alcanzadas en estos días en España?
Las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y de otros gases de efecto invernadero son las principales causantes de que el calor se quede atrapado en la atmósfera y las temperaturas sigan aumentando.
Para dar fe de la importancia de lo que ocurre, basta con mencionar que este aumento de temperaturas se siente también en el Himalaya. Incluso si todos los países cumplieran con los objetivos más estrictos del Acuerdo de París para mantener el aumento de temperaturas por debajo de 1,5°C con respecto a niveles preindustriales, dos tercios del hielo de la cordillera se derretirían.
Esta región montañosa, apodada «el tercer polo», alberga los dos picos más altos del planeta: el Everest y el K2. De la temporada de deshielo de esta cordillera dependen anualmente millones de personas en las riberas de ríos tan importantes como el Yangtzé, el Mekong o el Ganges. Según los científicos, la reducción de emisiones de CO2, metano y otros gases de efecto invernadero es clave para minimizar el impacto sobre estos ecosistemas, que desde 1970 ya han perdido el 15% de su superficie helada.
Pero que van a saber Trump y sus negacionistas de problemas medioambientales si apenas pisan el mundo real. Pasan por encima del mundo montados en sus Airforce One o similares y apenas pisan la realidad mundial. Esa realidad en la que los recursos naturales se agotan, en la que las cosechas son devastadas por los fenómenos atmosféricos o en los que las inundaciones, tifones, huracanes, tsunamis…etc se han convertido en parte de un paisaje enfermo.
Trump no es más que un avestruz con la cabeza metida en un agujero. No quiere ver la realidad, no es que la desconozca, es que no le interesa. Su mundo se basa en ingresos, costos y beneficios y el mundo no cabe en su hoja Excel y mucho menos los seres humanos.
Lástima que para cuando se sienta el efecto de lo que hoy Trump y sus negacionistas no quieren reconocer, el presidente de los EEUU será un cadáver pelón enterrado en Arlington. Pero no por ello sus generaciones posteriores dejarán de comentar aquello de “menuda putada nos dejó el abuelo”…y si no al tiempo.
Pues eso