En este tiempo de pandemia que nos destruye, España una vez más muere con la dignidad que da el silencio y la tristeza a la que condena la soledad. Castigados a la “sin solución” por mor de una clase política torpe, más interesada en su prevalencia que en dar solución a los problemas de los ciudadanos, no nos queda más que asistir al espectáculo grotesco de una disputa política que solo genera pobreza y enfermedad.
El virus está dando el golpe de gracia a la escasa credibilidad que le quedaba a nuestra casta política, dejando claro que navegamos a la deriva y que poco o nada cabe esperar de ellos.
Esta pandemia, desde que llegó, es una realidad trágica en la que los hechos se miden en muertes y no en reportes presidenciales vacíos, en conferencias de prensa de una oposición inerte o en estadísticas frías y sin alma.
Los políticos desvirtúan con su acción diaria la necesidad de tomar las medidas oportunas y urgentes en cada momento para enfrentar al enemigo invisible. Han renunciado al acuerdo, a la unidad en la respuesta y a juntar recursos para salvar personas con tal de no ceder posiciones al enemigo.
Como en las guerras, estos “generales” permanecen guarecidos de su propia incompetencia en sus zonas de confort y en los puestos de mando mientras mandan a los de a pie a morir en descubiertas suicidas con tal de ganar unos metros de terreno al enemigo.
Lo absurdo se impone a lo lógico, y es que se han ido dando cuenta sobre la marcha que subestimaron, consciente o inconscientemente, el virus traidor y como toda respuesta a su incompetencia se dedican a contar muertos y a echárselos a la cara. Nosotros morimos y ellos nos cuentan.
Pero lo peor es que una vez los hospitales colapsados, las familias arruinadas y la gente haciendo cola en las filas del hambre, los partidos han mantenido su narrativa política para sostener como pueden el apoyo de su base electoral y han permanecido pegados al discurso vacuo de político en campaña.
Por su lado, aquellos políticos de nuevo cuño que tanto prometían y tan alto gritaban han demostrado lo peligrosa que es su absoluta falta de experiencia en el manejo del cargo público en una crisis nacional como la de esta pandemia. Esa falta de experiencia les ha dejado en bragas agarrados a aquel relato “liberador” que en su día les hizo sobresalir del resto y que hoy es su mayor debilidad en estos tiempos de crisis.
Lamentablemente hoy cabe preguntarnos ¿Quién cuida de nosotros? ¿Quién está al mando ante lo que nos espera? Y lamentablemente la respuesta es, nadie. No es una cuestión del gobierno solo, es que no hay nadie dispuesto a encorsetar su ego y buscar en conjunto soluciones para salvar a los ciudadanos.
Todos prefieren la acusación al contrario antes que la posición conjunta y la gestión pública de unión entre diferentes por el bien de este país. Una gestión que nos libre del mal del virus o de la desgracia de la recesión inminente. Una vez mas toca no esperar nada de ellos, de los políticos, de todos los partidos.
Aquí no se libra nadie, desde quienes buscan mantenerse al mando y amarrados al sillón, a los que medio idiotizados andan al acecho para librarse del ataque, hasta los que lo basan todo en llamar al combate. Todos, no hay nadie que se libre, son culpables de poner por delante sus discursos y dejar de lado las necesidades e intereses de un pueblo al que un virus esta enfermando y arruinando.
Lo que este Covid 19 está dejando claro en España es que mas allá de la lógica ambición de poder del político, el pecado de esta profesión se hace aún más evidente cuando esta ambición se convierte en algo que no toma en cuenta a los problemas de la gente, cuando se convierte en una pura embriaguez de ego personal, en vez de ponerse al servicio de las necesidades de los ciudadanos.
Hoy en España la conversación y el relato de la vida diaria es de política, no sobre cómo superar a los políticos y solucionar los problemas. La gente se ha contaminado del vicio de estos políticos. El miedo atenaza, pero el enfrentamiento alcanza ya la calle y supera a la critica constructiva en las tertulias y los bares, dejando claro que el mal es el virus pero que los responsables y culpables de su expansión ocupan escaño.
Y es que el peligro que representan los políticos, en este tiempo de coronavirus, radica en el trastorno psicológico de su egocentrismo, en el que su deseo de ganar popularidad nubla el principio de legalidad y el juicio objetivo. Que esto sea así obstruye el poder desarrollar estrategias coherentes y coordinadas para aplanar la curva de contagios, reactivar la economía nacional y reincorporarnos a la comunidad internacional.
Los políticos españoles están perdiendo la oportunidad de ser relevantes para los ciudadanos. España se enfrenta al peor momento de su historia reciente tras la postguerra en las peores condiciones posibles.
Con casi 700.000 enfermos desde que comenzó la pandemia y mas de 31.000 fallecidos según el gobierno, mas de 50.000 según los médicos, y con una recesión inédita a las puertas, España navega a la deriva, sin nadie al timón y con la marinería pegándose en la bodega del barco. Ante esto el desastre es inevitable, el tsunami solo tiene que hacer su trabajo.
Dice el profesor Gay de Liébana que “España esta en quiebra, no hay dinero y aún peor, no hay fiador” tiene razón, pero yo añadiría que, si hay solución, esa esta en la Unión Europea, porque si no nos vamos… ¡a la debacle!
Pues eso