La estupidez política

Acabo de ver asombrado el video “Monárquicos” que los de Podemos, partido de gobierno, han promovido en las redes sociales (https://twitter.com/PODEMOS/status/1337078039008710659). 

Mas allá del mal gusto y de la facilona idea, el video es un buen ejemplo de la miseria política actual o de cómo un partido de políticos estúpidos, hoy en el gobierno, hacen gala de esa condición con la única intención de echar una cortina de humo sobre sus problemas y miserias continuas.

Entre todos los defectos que se le puede achacar a un político, hay uno que es especialmente peligroso y que les duele que se lo achaquen: la estupidez. El economista italiano Carlo María Cipolla enunció a mediados de los años setenta la regla de oro de la estupidez humana que sigue vigente hoy: la estulticia es atemporal avisando con ello del peligro social que suponen los estúpidos.

Este profesor de historia económica definió, con una agudeza finísima, las «leyes fundamentales» de la estupidez. Leyes que hoy mundialmente siguen a rajatabla muchísimos personajes, pero de lo que hacen especial gala los políticos, véase si no España. 

Según el libro de Cipolla “Allegro ma non troppo” las personas estúpidas son las más peligrosas de todas. Un estúpido, en general, es una persona que causa daños a otras sin que con ello gane nada importante. Además, para colmo, estas personas abundan y son irracionales.

Personalmente creo que en el caso de los políticos populistas la definición requiere un matiz, y es que el estúpido político es peligroso porque “sabe lo que hace y aun sabiendo que eso es una estupidez continua haciéndolo porque no solo no tiene talento para hacer otra cosa, sino que además le gusta que le llamen estúpido”

En España la progresión de Podemos desde su nacimiento hasta 2016 refrendaba la idea de Cipolla de que “Siempre, e inevitablemente, todo el mundo infravalora el número de estúpidos en circulación”. Hasta aquellas elecciones esta regla se cumplía a rajatabla entre los votantes españoles y el resto de los políticos ni los vio venir.

Por otro lado, Podemos ha dejado claro que la formación académica, la experiencia teórica o la arenga revolucionaria no es suficiente para declararse “político no estúpido” y es que según la regla de que “La probabilidad de que determinado político sea estúpido es independiente de cualquier otra característica” la cumplen perfectamente sus líderes.

Sin embargo, quiero ser justo y tengo que decir que la estupidez política no es una característica única de los políticos españoles, por el contrario, ejemplos en el mundo hay muchos y muy flagrantes. 

Cuando el primer ministro conservador inglés David Cameron impulsó en 2016 un referéndum para decidir si los británicos abandonaban la Unión Europea cometió una gigantesca estupidez, apoyada por millones que votaron a favor del Brexit y que con ello condenaron al Reino Unido a sufrir considerables pérdidas económicas y políticas. 

Muchos laboristas, incluyendo a Jeremy Corbyn, apoyaron directa o indirectamente el voto reaccionario de vastos sectores obreros y populares que por miedo u odio a los inmigrantes cometieron la torpeza de votar a favor del Brexit. Con la propuesta de abandonar Europa no se ganó nada y en cambio se provocó un daño que afectará a muchos durante décadas

Pero lo que se da en España, sin embargo, parecen ser que proviene de malformaciones del sistema político, de un funcionamiento deficiente de los filtros que deberían impedir el ascenso al gobierno de personas cuya estupidez pueda atentar contra la sociedad civil, los ciudadanos. La meritocracia no parece funcionar y sí la evolución imparable hacia la perfección de la estupidez personal.

Hoy en nuestro país los no estúpidos ya sabemos, por dura experiencia, del poder dañino que supone infravalorar a los políticos estúpidos, sobre todo a los políticos de este selecto grupo hoy en el poder. Pero olvidamos con facilidad que, en todos los momentos electorales, votar o asociarse con estúpidos siempre es un error costoso”, a las pruebas de nuestra realidad actual me remito.

Sin embargo, nosotros, los ciudadanos, no debemos sentirnos especialmente orgullosos por no ser políticos estúpidos, bastante tenemos con ser idiotas…. permítame el lector que lo explique. 

Mucha gente desconoce que la palabra idiota proviene del término griego idiotes, con el que se definía en la Grecia Clásica a quien, a pesar de tener la condición de ciudadano y de reunir una serie de requisitos que le permitían participar en los asuntos públicos, eludía ejercer de forma activa la condición de político para dedicarse exclusivamente a sus asuntos privados. 

Se podría decir, por tanto, que un idiota es el que sigue al pie de la letra aquel conocido consejo de Franco de hacer como él y no meterse en política. Hoy, muchos años después de la muerte del dictador, seguimos siendo un país de idiotas. Todo un logro que hay que reconocerle al dictador, entre otros.

Estúpidos o idiotas este país se encuentra en una encrucijada difícil de solucionar que lamentablemente tiene un futuro de tres años por delante. Tiempo más que suficiente para destruir todo lo logrado. 

El problema es que discutir con los políticos del gobierno, sus afiliados y simpatizantes resulta peligroso, no por la violencia, sino por aquello que decía Mark Twain y con lo que yo coincido: “Nunca discutas con un idiota, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia”. 

Pues eso

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