Ha bastado un año, un año terrible es verdad, para cambiar nuestra seguridad por incertidumbre, la certeza en dudas y la serenidad en absoluta intranquilidad. El mundo ha sido secuestrado por el virus y la pandemia y sin darnos cuenta nos hemos encerrado en un zulo intangible.
El peso psicológico de este tiempo esta generando una sociedad que vive en falso, una sociedad que creyéndose libre resulta ser la mas sometida de la historia. En definitiva, España como el resto del mundo, esta secuestrado por el miedo y la depresión que, si bien tienen su origen en el Covid19, los gobiernos han aprovechado para imponer medidas de control en muchas ocasiones no necesariamente democráticas.
En España nos hemos encerrado voluntariamente a base de estados de alarma sucesivos sin que una buena parte de los ciudadanos haya tomado conciencia de lo que esto suponía, es mas incluso durante un tiempo contó con una aceptación entusiasta.
Pero el poder se ha escudado en el miedo para de este modo despotizar, depredar, imponer, y hacer todo lo que sea posible para permanecer en el control efectivo del país. Es la esencia, de este secuestro nacional, de este zulo intangible.
Este secuestro, en lo político y económico, se esta llevando a cabo desde despachos como el de Iván Redondo, con “propaganda” masiva y hábil, que utilizando un disfraz de democracia va sacando adelante leyes que cuestionan nuestro estado democrático con la complacencia de una gran parte de los votantes socialistas y de la izquierda comunista e independentista entre las que se esta desarrollando una especie de “síndrome de Estocolmo” tal y como parecen reflejar los diferentes sondeos “bien intencionados” con los que se nos inunda cuando el Gobierno precisa de cortinas de humo.
Pero si esto es malo peor es el secuestro social, el zulo psicológico e intangible en el que todos nos hemos metido de forma voluntaria. El miedo es el mejor aliado de los gobiernos, pero el peor de los males para los ciudadanos.
Hoy el pavor al contagio nos ha hecho recluirnos voluntariamente en nuestras casas y a base de datos y estadísticas de contagiados y muertos nos hemos refugiado en la seguridad que ofrece la puerta de nuestros hogares.
Las posibilidades de una vida normal se desvanecen con cada titular de prensa o apertura de informativo. La desesperación por no poder realizar una vida normal en común genera frustración y desanimo cuando no depresión. No poder abrazar se ha convertido en un trauma insuperable y no poder besar en desesperación absoluta.
El absurdo de chocar los codos se ha convertido en un gesto esnob y antinatural. No poder rehacer una vida plena en una sociedad como la nuestra, tan abierta a la relación, resulta desalentador. El abatimiento genera una sociedad postrada ante la realidad, una realidad que no mejora cuando uno mira al futuro.
No hace mucho oí a Salvador Illa decir, en una entrevista en la Ser, que “Es posible que tengamos que llevar mascarilla para siempre en algunas situaciones». No soy un negacionista, pero me niego a aceptarlo.
Soy de los que tratan de cumplir al pie de la letra la mayoría de las nuevas reglas de convivencia que se han impuesto. Incluso puedo confesar que lo hago por miedo, no en vano soy persona de riesgo. Pero me niego a compartir el pesimismo y por tanto reniego de declaraciones apocalípticas como la de Illa.
El zulo intangible en el que nos hemos metido voluntariamente tendrá un final. Reniego de los apocalípticos tanto como de los niegan la pandemia o de los que justifican la dictadura poniendo de ejemplo que los chinos están a salvo por eso.
Faltaba mas que cuando te amenazan con una muerte segura a manos de la policía comunista no vayas a plegarte “voluntariamente” a un control férreo. El chantaje a los ciudadanos es consustancial al comunismo.
Obedece o muere es el símil actualizado por la pandemia del “plomo o plata” de Pablo Escobar. Una especie de “esto es lo que hay y no hay mas” que impone el Gobierno y que hay que digerir aceptando lo que ocurra y poniendo nuestras vidas en manos de gente que da continuas señales de ninguna eficiencia.
Ante esto hemos optado por recluirnos, por encerrarnos en alguna parte de nuestro cerebro, evitando el contacto incluso con los que mas queremos y reduciendo nuestro mundo a círculos seguros, llamados de convivientes.
Hoy parece que solo cuando nos dan permiso nos vamos a poder acercar a eso que ahora llaman “allegados” y que, ante este nuevo entorno social, nadie se atreve a definir correctamente no sea que nos equivoquemos y nos contagie.
Se ha generado en la población un estado de pánico donde estamos aceptando sin la más mínima protesta que se restrinjan nuestros derechos sin límite alguno. Al hacerlo estamos aceptando también una presión psicológica que nuestros nervios a duras penas soportan.
Si esto es la «nueva normalidad» que prometió el gobierno, está claro que se esta usando para atacar los fundamentos del Estado, restringiendo las vidas de unos ciudadanos que lo aceptan como inevitable, pero a los que hunde no solo en la miseria económica sino emocional.
Ante esto me rebelo y aun pudiendo aceptar que esto sea así, no cedamos nuestra independencia ni aceptemos sin queja este zulo intangible. Es tiempo de resiliencia incluso frente a quienes les entregamos nuestro futuro. Hay que sacar fuerzas de flaqueza y resistir a la depresión… y al gobierno. Nos va la vida en ello.
Pues eso