Desde que yo recuerde la mayoría de los que hemos trabajado hemos crecido asumiendo que aspirábamos a tener un nivel económico más elevado que el de nuestros padres. Este convencimiento ha sido, salvo excepciones, una realidad durante muchos años.
Hoy, y por múltiples circunstancias, este ascensor social parece haberse roto. En estos tiempos sería más correcto hablar de descenso social. Hemos vivido durante años con una forma de pensamiento que asociaba crecimiento y bienestar. Pero hace tiempo que esto no funciona. La sensación general es que lo que vivieron nuestros abuelos, que vinieron de abajo y dieron el gran salto, nuestros hijos ya no lo van a vivir. No se van a beneficiar de este ciclo.
La pregunta constante es siempre la misma; ¿Cómo hemos llegado a este punto? Básicamente, y más allá de otras consideraciones, las razones básicas son tres: Por un lado el nivel decreciente de los salarios (el trabajo por cuenta ajena está en declive), el envejecimiento de la población (con el descenso de la población activa) y, por último, la revolución tecnológica que genera la automatización de los procesos fabriles.
El gravísimo problema que esto genera pareciera que se ha enquistado en esta nueva sociedad de la que tanto presumíamos. Ya antes de la pandemia del Covid 19, y con el bajísimo crecimiento económico, en este país se hablaba de que existía un riesgo real de que las generaciones siguientes no pudieran mejorar las condiciones de vida que heredaron de sus padres.
Hoy la realidad es terrible y esta situación ha complicado definitivamente la vida y el futuro de los jóvenes y los trabajadores con menor preparación. Y es que ecuaciones como “a más tecnología menor necesidad de mano de obra y más riqueza de pocos” se han convertido en ley en esta nueva sociedad más egoísta.
Atravesamos tiempos de inequidad. En los salarios, en la riqueza, en el mercado laboral, en la educación, en el hogar; en la existencia. La desigualdad golpea una y otra vez a las generaciones. Los jóvenes frente a los mayores. Diríase que el pacto generacional, que durante décadas conectó a ambos grupos, está hoy apenas soportado por hilos de seda. Los jóvenes, y sus bajos salarios, están haciendo un esfuerzo inmenso por sostener a millones de pensionistas.
Por si fuera poco, en España, este problema se agudiza con este efecto “Ballena varada” al que nos ha condenado este gobierno. Nos hemos quedado atrapados en la arena, apenas podemos respirar y nadie hace nada, por supuesto menos el Gobierno socio comunista de Sánchez e Iglesias
Este gobierno, incompetente y desaparecido al que tanto le gusta hablar sobre política y tan poco el trabajar por el bienestar de la gente, nos está varando inexorablemente en esa playa en la que resulta imposible respirar y a la que nos han llevado arrastrados por una forma de hacer política impresentable, probablemente la peor generación de políticos que ha dado la democracia, y en el peor momento.
Ahora con la Pandemia destrozando vidas y economías la presión es infinitamente mayor si cabe. Esta horrible situación pésimamente dirigida por este gobierno está destruyendo ya, no solo a los que buscan su futuro, sino a quienes creían tenerlo con negocios caídos en desgracia.
No es de extrañar que, envueltos en el pesimismo y la desesperación, haya gente que se pregunte en la intimidad que puestos a desaparecer y a no tener ingresos, no sería mejor que la pandemia les llevara por delante.
Y es que la angustia que hoy sobrecoge el corazón de tanto y la inexistente confianza en la competencia inexistente del gobierno de Sánchez e Iglesias está permitiendo que la poca esperanza que quedaba en los ciudadanos se esté convirtiendo en desánimo y desaliento.
La tristeza es ingobernable porque es la antesala de la depresión y este país, España está en ello. Mientras, este gobierno socio comunista es completamente incapaz de crear esperanza ni para padres ni para hijos. Ante esto su inaguantable postureo resulta ofensivo, pero no les avergüenza, nada les altera, ni el insulto personal ni la queja colectiva. Su amor por el cargo les inmuniza y a él se aferran.
La marcha atrás de las generaciones más jóvenes resquebraja y agrieta las vigas centrales en las que se apoyaban sus vidas. El empleo estable desaparece, los ingresos de toda una vida ya no están afianzados y quizás nuestros hijos no puedan cobrar pensiones públicas, a lo mejor ni las privadas, muchos de los pequeños negocios familiares están condenados a la quiebra, el valor de las casas está en caída, las cualificaciones profesionales para las que tanto estudiaron caducan… en conclusión se ha reducido la seguridad vital respecto a sus antecesores, la creencia de que las generaciones siguientes vivirán mejor que las actuales empieza a ser una entelequia.
Por encima de todo la gente joven son los que más sufren los estragos actuales de esta crisis en la que nos han metido: el paro, la precarización, el apartheid salarial, la emigración para sobrevivir. cimentan claramente la quiebra en la esperanza en el futuro y hacen que la herida en ellos sea aun más preocupante.
Martin Luther King dijo “Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca la esperanza infinita”. No esperemos mas, debemos ponernos a ello y construir esa esperanza infinita en la que no cabrían quienes hacen de la realidad un problema sin solución. Ya sabe lector de quién hablo
Pues eso