Indigno

Dicen que una vez, en una relajada sobremesa, un financiero sin escrúpulos que quería pasar por original decidió decirle lo siguiente al escritor y humorista estadounidense Mark Twain:

—Antes de mi muerte pienso hacer peregrinación a Tierra Santa; quiero subir a lo alto del monte Sinaí para recitar en voz alta los Diez Mandamientos.

—Podría hacer usted una cosa mejor todavía —replicó Mark Twain—: quedarse en su casa de Boston y cumplirlos.

Marlaska no ira a Tierra Santa para ello necesitaría creer en Dios y para el Dios, como se ha comprobado, se apellida Sánchez. Además, si algún día, antes de hacerse ministro, blandió su voluntad de que cumplir con los ciudadanos y proteger sus intereses por encima del cargo, hoy ya sabemos que no, Marlaska no ha cumplido, no cumple y no cumplirá.

Como un sanchista más, Marlaska se aferra al sillón y por más que su indignidad le exponga todos los días a la crítica de la oposición, los medios o los ciudadanos, ya ha dejado claro que no dimitirá.

En ningún país pasa lo que en este que se ha diseñado Sánchez. Durante mucho tiempo fuimos la admiración de occidente. Nuestra transición resultó modélica, nuestra recuperación económica tras la crisis de Lehman Bros fue aplaudida. Pero junto a la pandemia del Covid19 se cernió sobre España la indignidad de un gobierno absurdo, timorato, analfabeto y populista. El ultimo ejemplo de ello: Fernando Grande-Marlaska.

Marlaska es la prueba de cómo un gran juez, metido a político, puede ser el mayor fiasco de la historia. Es el modelo claro de cómo la política produce adeptos y no gestores. Solo entendiendo que Marlaska se siente un adicto a Sánchez se puede entender tanta indignidad.

De esa indignidad hablan la penosa e inoperante gestión de la invasión inmigrante en Canarias, de la famosa patada en la puerta, de la cesión incalificable al acercamiento de presos etarras con su último gran beneficiado, el miserable Txapote, de la inmoral cesión masiva de guardias civiles para la protección de Iglesias, de la compra de la cinta de correr de 2800 euros para su despacho o de la continua desprotección ministerial de los Cuerpos y Fuerzas y de tantas y tantas muestras de incompetencia partidista que han forjado la indignidad del personaje.

Pero el Juzgado Central de lo Contencioso-administrativo número 8 de la Audiencia Nacional ha expuesto de forma definitiva las carencias democráticas y sectarismo del ministro en la sentencia que anula el cese del coronel Diego Pérez de los Cobos como Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid por no informarle sobre la causa del 8M y que condena al Ministerio de Interior a su reingreso en el puesto.

Resulta peligroso y sintomático que este brillante juez metido a mal ministro tratara de exigir al coronel de la Guardia Civil que cometiera una ilegalidad flagrante y le informara de una causa a la que un juez había dado carácter de secreto.

Es decir que Marlaska instó a un servidor público a cometer un ilícito penal, con el objetivo de conocer las entrañas de la investigación que se estaba llevando judicialmente por el 8M y que afectaba al Gobierno del que formaba parte, simplemente repugnante, una actitud más propia de una dictadura chavista que de un gobierno democrático o que se dice democrático.

Y es que, desde su llegada al ministerio, el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno ha registrado 75 reclamaciones después de que Interior no quisiera dar la información solicitada.

Según le consta a este organismo, teóricamente independiente, treinta y seis de esas reclamaciones han recibido el silencio por respuesta, algunas relacionadas con asuntos importantes como el número de agentes heridos en el operativo policial de Barcelona o los verdaderos números relacionados con la deportación de inmigrantes.

Ante esta situación y las quejas de sus caprichosos ministros, Sánchez opto hace algunos meses por cambiar al director del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno a un afín, muy afín y ahí acabo el problema. Indigno el ministro, indigno el gobierno e indigno el presidente.

El caso es que el Ministerio del Interior hoy da todas las señales de ser una institución al servicio de la causa política que abandera Sánchez, por encima de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, un organismo sectario.

Pero con este continuo estado de crispación e indignidad generalizada es imposible tener confianza en un ministro que no parece dispuesto a mejorar ni su pésima gestión, ni siquiera su pésima imagen.

La Real Academia de España en su diccionario define a la indignidad como “cualidad del indigno” y puede que, en el caso de Marlaska, esta definición describa acertadamente la única “cualidad” que le es observable hoy en día al ministro del Interior, es decir, la indignidad. 

Dimita señor ministro. Este país se lo sabrá agradecer, olvidándole. Y es que el olvido de su paso por la política es lo mejor que le habrá pasado siendo parte de este gobierno indigno.

Pues eso

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