La dictadura de los demonios comunistas

La Constitución Soviética de 1936, en su artículo 12, establecía que “El trabajo en la URSS es un deber y una obligación honorable de cada ciudadano capaz según el principio: los que no trabajan, no comen”. Hoy el comunismo reinante en el mundo ha logrado que tampoco coman los que trabajan.

Al comunismo hay que tenerle miedo. Otra cosa es sobreponerse a él, que es lo que hacen los héroes por la causa de la libertad. Pero para que triunfen, la primera exigencia es que los organismos internacionales y los Gobiernos demócratas —los que merezcan tal nombre—, no den la espalda a pueblos como el cubano, tal y como han hecho con el pueblo venezolano o el nicaragüense

Por desgracia y por rigor histórico, hablar de los gobiernos cubano, venezolano o nicaragüense es hablar de regímenes criminales que han demostrado siempre su compromiso con la causa del terror comunista. Gobiernan con absoluto desprecio hacia su pueblo al que matan, torturan, encarcelan o empujan al exilio a cualquiera que se atreva a levantar la cabeza y pida, aunque sea con timidez, libertad.

Y es que la tiranía de los demonios totalitarios de Latinoamérica no se sustenta en el bienestar de sus ciudadanos ni en su progreso, ni en su calidad de vida sino en todo lo contrario.

Hoy los déspotas comunistas, casi mayoritarios en América Central y América del Sur, han hecho de la pobreza, el hambre, la injusticia y la dictadura sus argumentos de gobierno. Han echado raíces gracias a la buena fe de un pueblo confiado que buscaba una mejor vida y que se dio de bruces con estos fieles a Satanás, señores de la tiranía.

En Nicaragua Daniel Ortega se aferra al poder a toda costa. Cada vez se distingue menos el antiguo líder revolucionario del dictador Anastasio Somoza, al que combatió encarnizadamente. Durante las dos últimas semanas, Ortega ha ido eliminando sistemáticamente a todos sus oponentes electorales. Hasta ahora fueron detenidos más de una docena de líderes de la oposición aquellos que podrían suponer una amenaza para él en las elecciones del próximo noviembre.

Indefectiblemente Ortega hace tiempo que cruzó la línea hacia la autocracia. El Estado trabaja para él y su familia, cuyos miembros ocupan puestos clave en el gobierno y las empresas estatales, así como en los medios de comunicación estatales. Ortega ya ni siquiera se molesta en dar la impresión de que habrá unas elecciones libres y justas. Cualquiera que se interponga en el camino arriesga su libertad…O más. Es el dictador que derrocó al dictador, es el nuevo tirano nicaragüense.

En Venezuela la gente muere de hambre, de enfermedades, de violencia policial o en las cárceles de Maduro, auténticos “gulags” en los que se encierra a todo el que disiente, protesta o simplemente habla en contra del gobierno.

El narco-gobierno de Maduro no responde a las peticiones internacionales de justicia y elecciones limpias. Muy por el contrario, mantiene a su pueblo bajo la bota de los escuadrones de su policía nacional bolivariana apoyados por los comandos cubanos y hondureños desplazados al país y pagados por Maduro para evitar que tengan algún “sentimiento compasivo” al golpear a la gente, siendo de otro país eso se amortigua.

Maduro prefiere ver morir a los suyos antes que abandonar el poder. Compra con la riqueza nacional la protección de rusos e iraníes mientras mantiene en la indigencia y la miseria a un pueblo tan debilitado que ya ni cree en la oposición y que solo espera seguir vivo al día siguiente.

La desunión de una oposición interesada cada uno por lo suyo y la falta de

una reacción real y efectiva por parte de la comunidad internacional han agotado a un pueblo que necesariamente ha de rendirse al dictador narco comunista para poder, al menos, comer.

Por su parte en Cuba durante décadas la dictadura castrista mantuvo al pueblo en un estado letárgico de miseria: ni tan extrema que al no tener nada que perder pudieran tomar las calles, ni tan ligera como para permitir pensar a los cubanos en democracia y política abierta. 

Pero el comunismo reinante ha hecho que se pase verdadera hambre y miseria. La situación es tal que, a pesar de vivir en una isla, los cubanos no pueden comer ni mariscos ni pescado con regularidad. A la carne roja no tienen acceso por la vía legal, pues los precios del Estado son prohibitivos. Donde antes de 1959 llegó a haber casi una vaca por habitante, hoy es difícil –incluso ilegal– conseguir leche, yogurt o quesos de cualquier clase.

Alimentos imprescindibles como frutas frescas o zumos son demasiado caros, o sencillamente no hay porque se exportan. Tampoco se puede comer diariamente varios cereales. Las setas, nueces, almendras, aceitunas son artículos de leyenda.

Unido a esto, el COVID ha puesto de manifiesto las carencias de la sanidad cubana, tantas veces alabada, pero cuya infraestructura es miserable y tercermundista. Los hospitales desabastecidos, infectos, casi en ruinas. Hoy entrar en un hospital cubano es casi garantía de infección un riesgo inaceptable en cualquier país civilizado. El comunismo castrista no ha logrado ni el más mínimo bienestar para los cubanos.

No es de extrañar pues que las manifestaciones que han sacudido a Cuba en los últimos días hayan sido más grandes que las del «Maleconazo» del año 1994 y que tomaran por sorpresa al Gobierno comunista de la isla. Los enfrentamientos entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad ya se han cobrado la primera vida y hasta el momento se conocen mas de 150 detenidos.

Los demonios totalitarios del socialismo reinante en Latinoamérica mantienen su bota en el cuello de sus pueblos asfixiándolos, ahogándolos, impidiéndoles respirar siquiera algo de libertad. Si alguna vez el comunismo tuvo sentido lo perdió a base de muertos de aquellos que creyeron en él.

Y es que como decía Winston Chuchill: “No odio a los comunistas por su tonto sistema económico y su absurda doctrina de una igualdad imposible. Los odio por el terrorismo sangriento y devastador que practican en cada tierra que arruinan, solo mediante el cual puede mantener su régimen criminal.”

Si esto es una locura, que decir del gobierno de nuestro país y sus socios, incapaces de llamar por su nombre, dictadura, a estos gobiernos comunistas, ni son capaces de criticar la violencia contra sus ciudadanos.

Ojo pues, algo hay en ello que les gusta.

Pues eso

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