
Desde los primeros informes del brote de coronavirus en Wuhan, los orígenes de Covid-19 han estado llenos de controversia. ¿Fue el Sars-CoV-2, para darle su nombre oficial al virus, el resultado de un suceso fortuito de contagio natural de animales a humanos o realmente fue producto de experimentación de laboratorio?
Ante esto, y probablemente de forma intencionada, China agrupó la mayoría de los casos en torno a un mercado de mariscos en el que también se vendían animales salvajes.
Sin embargo, las agencias de inteligencia occidentales concentraron sus sospechas sobre el Instituto de Virología de Wuhan a tan solo quince kilómetros del citado mercado.

Y es que se sabía que, durante muchos años los investigadores de la instalación, teóricamente impenetrable, de bioseguridad habían estado explorando cuevas en Yunnan, en el sur de China, en busca de murciélagos que albergaran virus similares al SARS y aislando material genético de su saliva, orina y heces.
Tan pronto el virus empezó a propagarse, China y sus satélites científicos, expandieron el consenso predominante de que el virus letal se había propagado naturalmente a los humanos desde los murciélagos a través de un huésped intermediario, animal.
Pero con el tiempo se supo que uno de estos aislados, etiquetado como RaTG13, compartía el 96% de su genoma con el Sars-Cov-2 y que los investigadores chinos de WIV habían estado experimentando con versiones capaces de infectar células humanas.
Aquella enorme sospecha condujo a una investigación en profundidad por parte de la bióloga Alina Chan. La sospecha se basaba en el hecho de por qué, si el virus tuvo aquel origen natural, se detectó por primera vez en la ciudad de Wuhan y no más cerca de las cuevas de Yunnan, 1500 kilómetros al sur de Wuhan.

La Dra. Alina Chan es una investigadora posdoctoral canadiense con enorme experiencia en genética médica, biología sintética e ingeniería de vectores. En el Instituto Broad del MIT y Harvard, la Dra. Chan es una de las mayores expertas en terapia genética e ingeniería celular.
Alina Chan fue la primera científica que cuestiono la versión de Chima: «Es más probable que este virus venga de un laboratorio que de la naturaleza. Antes de la pandemia, los parientes más cercanos del Sars-CoV-2 estaban siendo manipulados en Wuhan. Por ello, todo parece apuntar a un origen de laboratorio».
Esta bióloga molecular alertó al mundo hace año y medio, pero nadie la creyó. Desdeñada como teoría de la conspiración, su hipótesis, sin embargo, ahora es tomada muy en serio. Y no solo señala a China. Habla de una responsabilidad global.
Sus argumentos le han valido amenazas de muerte, insultos de los medios chinos y la repulsa de algunos “prestigiosos científicos” occidentales, probablemente guiados muchos de ellos por intereses espurios y ligados a subvenciones y financiaciones sospechosas.

Y es que lo que está en juego no podría ser más peligroso para los intereses del gigante oriental: si el virus se hubiera diseñado en un laboratorio chino y hubiera sido liberado tanto deliberadamente como por accidente en el mundo, sería el origen del crimen del siglo.
Mientras la comunidad internacional negaba rotundamente que el virus se hubiera originado por un accidente en el Instituto de Virología de Wuhan, Alina Chan publicó argumentos para que la hipótesis se investigara e hizo que muchos científicos dejaran de considerarlo una teoría de la conspiración.
Es gracias a personas como ella que la OMS en su segunda visita dijera que no se podía descartar ninguna hipótesis sobre el origen del virus tras haber mantenido también que el origen provenía del contagio animal.
«Mi objetivo se ha logrado», asegura Alina Chan, después de la orden de Biden de abrir una nueva investigación sobre el origen de la pandemia en China.
Hoy la acusación parte de la idea de que el COVID-19 salió de una placa de Petri y que se está ocultando.
Como ella misma acepta «Si me equivoco, habré hecho algo terrible», pero de momento China permanece callada, celosa del silencio mediático y salta sobre la más mínima sospecha de contagio entre sus ciudadanos como si pretendiera que el ruido sobre la infección no progresara, como si quisiera echar toda la tierra del mundo sobre el tema, mientras el virus sigue matando gente.
Hoy su punto de vista es ampliamente aceptado en parte, gracias a su cuenta de Twitter. Desde 2020, Chan ha publicado argumentos científicos y dudas de forma incansable, a veces añadiendo un GIF de unicornio para resaltar la investigación que ella encontraba inverosímil.
Muchos científicos sabían y compartían comentarios personales sobre que una fuga de laboratorio era posible, pero no había ninguna evidencia real, y a ninguno le valía la pena «enfrentarse a los grandes», como confesó un virólogo experto.

Lejos de amilanarse Chan no tuvo miedo a enfrentarse a los mejores virólogos del mundo, muchos de ellos unidos a laboratorios de los que dependían comisiones y financiaciones más que generosas. Pero su persistencia provocó un cambio en las opiniones de algunos investigadores.
Ese cambio de postura ha sido tan fuerte que los medios de comunicación ya están actualizando sus artículos en los que calificaban la idea de la fuga de laboratorio como una teoría de la conspiración. Alina 1, China 0.
Pues eso