
Justo cuando por enésima vez los diplomáticos abogaban por una solución diplomática para la paz en una reunión de última hora del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el fuego ruso comenzó a llover sobre Ucrania.
Mientras el primer ministro ucraniano Zelensky proclamaba un elogio a la democracia y a décadas de paz entre las naciones del continente europeo, un video en vivo de un ciudadano a pie de calle mostraba una columna de vehículos militares rusos entrando al país desde Bielorrusia, donde se habían concentrado las tropas de Putin.
Terribles explosiones pronto resonaron sobre la capital, Kiev, mientras las sirenas de los ataques aéreos sonaban presagiando una nueva y peligrosa crisis para un mundo ya sacudido por la agitación previa.

Putin, ese agente chusco de la extinta KGB, de andares chulescos a caballo entre el desfile y el paseo del soldado por un parque en busca de una mucama, había decidido que la paz no debía durar ni un minuto más en el mundo.
Desde hace tiempo este aspirante a Hitler y Stalin había tomado la decisión de que la única forma de distraer la atención de sus ciudadanos, cada día más cabreados con él y su forma de gobernar, sería escudándose bajo la idea de un nuevo nacionalismo de la patria rusa en la que él sería el responsable de volver a reunir la fuerza perdida de la agotada Unión Soviética.
Pocos creían que Vladimir llegaría a la invasión masiva de Ucrania, confieso que yo tampoco, pero hoy con tanto politólogo analizando la situación creada por los tanques rusos en su avance, me viene a la cabeza la frase “ganadera” que en su día utilizara Esperanza Aguirre cuando le preguntaron sobre si no vio venir la deslealtad de sus consejeros: “A cojón visto, macho es”.

Según dicen este avanzado aprendiz de dictador parece que lleva meses aislado y pasa muchísimo tiempo solo en sus habitaciones privadas por un miedo irracional al covid.
Resulta fácil imaginar a este “gran dictador” en su confinamiento, obsesionado por recuperar Ucrania para la madre Rusia.
Es por esto por lo que a mi juicio probablemente no debemos descartar la teoría más sencilla sobre la razón de su ataque a Ucrania: Putin está loco y no tiene más plan que su sueño imperialista.
Y es que, de todos los presidentes de gobierno del mundo, Putin podría ser uno de los más temidos por su apariencia fría y personalidad hermética.
Vladimir Putin es el ejemplo del estereotipo de un presidente ruso en una película de James Bond. Antiguo espía del KGB, dominando tres idiomas, experto en defensa personal y con un fuerte poder mental.
Tiene, según dicen, una personalidad que está por encima del resto, inquebrantable e imposible de dominar. Jamás da su brazo a torcer y asegura tener todo calculado. Sin duda alguna, es alguien al que es muy difícil de convencer o llevar a terreno propio para el intento de resolución de un conflicto.

Si a semejante personalidad se le une su terror al covid, su deriva dictatorial y el aislamiento voluntario y pertinaz al que dicen que se autosomete, tenemos ante nosotros a la reencarnación de un líder fascista de estilo clásico que juega con el globo del mundo, como lo hiciera Chaplin.
Un ejemplo de su forma de ser y actuar podemos encontrarlo en sus manejos en reuniones. Por ejemplo, se aprovecha de las debilidades o miedos de su interlocutor durante las negociaciones o reuniones formales. Durante sus entrevistas con la canciller Ángela Merkel, que tiene miedo a los perros, dejaba que su labrador negro entrara en la sala sin avisar.
Aunque por su pequeña estatura no pareciera creíble, lo cierto es que Putin parece que se crece cuando le recuerdan que él es el sexto gobernante ruso que más tiempo ha estado en el poder, solo superado por Stalin, Catalina la Grande, Miguel I, Pedro I El Grande e Iván IV El Terrible. Para 2024 habrá superado a Stalin, únicamente quedarán él y los zares en ese ranking tan personal.
Putin y sus maneras no convencen a los rusos más jóvenes, con mejor educación y que viven en grandes ciudades como Moscú y San Petersburgo, donde ciertamente se oponen a que siga gobernando, pero cuenta con el apoyo de la gente mayor, menos educada y que vive en poblaciones periféricas y esos son muchos, muchísimos rusos.

Con este hombre al mando cabe pensar que el estado ruso pudiera colapsar más tarde o más temprano, pero una de las razones por las que el Estado ruso no colapsa es por la existencia de un acuerdo entre él y los oligarcas.Y es que, en la época posterior a Yeltsin, Putin alcanzó el equilibrio que necesitaba y que permitía la coexistencia entre él, sus aliados políticos y los oligarcas.
Pero al convertirse en presidente de la Federación Rusa, Putin dio un golpe de timón y anunció que ese trato se convertiría en cosa del pasado. El líder permitiría a los oligarcas conservar la riqueza que amasaron en los 90, pero ya no podrían involucrarse en cuestiones políticas, le cuenta a BBC Mundo Ben Noble. Putin tenía por fin la política rusa en sus manos.
De cosas así está llena la forma de gobernar de Putin. A nadie debe de sorprender pues que, aunque sea “a cojón visto, macho es” veamos cómo los tanques y misiles rusos ya campan por Ucrania. El loco se ha desatado y el enemigo está a las puertas.
La blitzkrieg, la guerra relámpago rusa ya está en el jardín de Europa, solo cabe esperar si se quedará ahí o si pretende entrar hasta el salón de nuestras casas, el tiempo dirá.
Pues eso.