La gente de bien

Tienen razón Sánchez y su pachanga, ellos no saben quién es la gente de bien a la que se refiere Feijóo. Han puesto tanto esfuerzo en machacar y engañar a los ciudadanos desde que llegaron al poder, que no reconocen  a la buena gente de bien.

Para este gobierno, la gente de bien son solo las hordas de secuaces y sectarios que les veneran como si de becerros de oro se tratara. Solo consideran gente de bien a quien les hace el caldo gordo, a quienes les juran lealtad por encima de su propio bienestar, a quienes se inmolan inconscientemente por mantenerles engordando en sus sillones, esos son sus gentes de bien.

Pero no, la gente de bien a la que Feijóo se refiere es aquella que no admite la mentira como forma de gobierno. Aquella que se levanta cada mañana para ir a trabajar, aunque su salario no esté a la altura del incremento de precios. Son aquellos que sin tener filiación política votan tanto a la derecha como a la izquierda, pero abjuran del populismo comunista del absurdo, que perpetra Podemos.

La gente de bien no acaba de entender cómo su gobierno no es capaz de solucionar sus problemas de vida mientras se entretiene en leyes LGTB o de bienestar animal, cuando el bienestar que ha de anteponer es el de los ciudadanos; aquellos que incrementan cada día las colas del hambre.

La gente de bien sufre ante la invasión de Putin y comprende que debemos ayudar a los ucranianos a expulsar a los rusos de su tierra, aunque esto nos comprometa a enviarles las armas que nos reclaman, por simple compromiso con la libertad.

La gente de bien se siente unida al pueblo venezolano y desprecia el miserable manejo de sus dirigentes en el poder. Sufre al ver el hambre de un país que debería ocupar un puesto prioritario en Latinoamérica y que, sin embargo entre Maduro, su banda y Podemos someten a la miseria y la pobreza eterna.

La gente de bien se lanza a ayudar sin que nadie se lo pida cuando ve desgracias como las de Turquía y Siria y aporta, desde la pobreza en que les tiene sumido su gobierno, para proveer alimento y refugio a quienes lo han perdido todo.

La buena gente se siente orgullosa de formar parte de una tierra que no excluye a nadie y en la que la libertad es su seña. No apartamos banderas porque estamos orgullosos de nuestros signos institucionales y no excluimos a nadie por su religión, ni por su lengua, ni por su sexo o su forma de pensar.

La buena gente es esa que calla y piensa, no la que grita e insulta

La buena gente no agrede ni desprecia las ideas de los demás. No trata de imponer su verdad absoluta, ni se considera poseedora de la única forma de pensar y sin contestación moral.

La buena gente piensa con el corazón, aunque sus gobernantes les desilusionen y les infrinjan a diario heridas en el bolsillo y en el alma.

La gente de bien a la que Feijóo se refiere seguro que es fuerte, aunque no arrogante. Sincera, aunque no agresiva y humilde, aunque dispuesta a ayudar. Gente que vive y deja vivir, no como este gobierno, que es como el perro del hortelano que ni come ni deja comer, corrijo, comer sí que come y mucho, demasiado y a nuestra costa.

Al revés de lo que sucede con este gobierno que nos asfixia y como decía Bertold Brecht, “A la buena gente se la reconoce porque resulta aún mejor cuando se la conoce”.

Así que claro, ¿cómo va a reconocer este gobierno a la gente de bien, a la buena gente, si ellos mismos no lo son?, imposible.

Llevamos demasiado tiempo sufriendo a esta gente apoltronada en sus sillones de gobierno y nadie dimite. Debe ser magnífico el calor que dan los sillones de escay del consejo de ministros y magnífico también vivir a base de coche oficial, sueldazo y falcon, como para arriesgarlo por la gente de bien. Mejor negarla.

Y es que así sobreviven nuestros sanchistas y podemitas, y para colmo se ríen en nuestras barbas haciéndonos creer que todo va bien, o como la ministra Calviño diciéndonos que ella compra en un supermercado en el que los precios están bajando. Disculpe ministra, pero tonta será usted. En el súper donde compramos la gente de bien todo sube semana tras semana y de nada nos sirve quejarnos.

Y es que ver la vida desde el despacho es lo que tiene, que ves una realidad que no existe. Así nos gobiernan a la gente de bien desde la lejanía del despacho oficial, desde donde las cosas se ven a través del filtro de lo inexistente. Y lo malo es que jamás bajarán a la calle, no sea el caso que, como le sucede al gran becerro de oro, cada vez que acude a un acto le abuchean y le llaman de todo.

Y es que a la gente de bien se le está acabando la paciencia y las buenas formas, y cualquier día de estos sabe Dios qué pasará.

En fin, estoy seguro de que Sánchez y sus palmeros no leerán este post, pero les vendría bien que alguien le explicara quién es la gente de bien a la que se refiere Feijóo.

Pues eso

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