
En esta España nuestra hay políticos que hace tiempo que mutaron en cómicos de teatro, especialistas en comedias bufas. Por un lado, el diputado de ERC, el tal Rufián, representa cada semana un sainete en el Congreso de los Diputados, el lugar que juró abandonar tras la celebración del referéndum del 1-O, y en el que sus actuaciones se están convirtiendo todo un género propio: el ridículo
Por otro lado, el ministro de la cosa del consumo, incapaz de unir palabras para que de su boca salga media reflexión con sentido. Se encuentra cómodo en el sillón ministerial y parapetado en él, aguanta críticas, burlas, chanzas y hasta envites para ser candidato en las elecciones andaluzas, a lo que se negó por no perder el sueldo de ministro, el despacho y el coche oficial, cosas del comunismo de fe.
Ambos políticos son almas unidas en la tontería de la verborrea más falaz, ambos incapaces de emitir lógica por sus bocas y ambos viviendo en una permanente astracanada, que diría Miguel Miura, mientras producen de manera consciente y voluntaria un cataclismo en nuestra dañada democracia.

Y es que el bufón de la corte de Sánchez, Rufián, no debe ocultarnos el drama que con su provocador verbo está causando en la democracia española. No debemos distraernos en la farsa diaria de Gabriel Rufián. Es el apéndice absurdo y chillón de una clase política fallida que, con su deterioro vertiginoso, nos está conduciendo inevitablemente al desastre de convertirnos en una democracia fallida.
Ese sí es el gran problema al que se enfrenta España: la crisis institucional más grave que hemos vivido nunca, acrecentada por un desprestigio creciente de todos los poderes del Estado gracias a ocurrencias políticas y payasadas.

Por su lado, el ministro de un ministerio sin contenido ni oficio es incapaz de hacer algo útil y, eso sí, cada vez que habla pone en solfa un sector de la economía española. Lo mismo se tira contra los productores de carne, que califica el aceite de oliva de ser tan perjudicial como las hamburguesas, como pedir a los españoles compartir sus electrodomésticos.
Garzón no es sino una permanente exhibición de nulidad política, una suerte de tonto útil que en sí mismo no es sino la parte proporcional que en su día pagó Sánchez a Iglesias por formar este gobierno de incompetentes sanchistas y comunistas. Vamos, un sobrante político en primera fila para la defenestración, cuando esta se produzca.
Estos “Pili y Mili” de nuestra política patria, se alternan cada semana para lograr un despropósito mayor.
Por un lado Rufián, para que no le llamen charnego, siempre intentará demostrar que esmás catalán que el burro catalán. De modo que no se puede esperar otra cosa que la provocación constante, “estiércol y serrín”, como diría en su momento Josep Borrell.

Por otro lado, el ministrillo Garzón incapaz de resistirse a mostrarse degustando un jamón nacional a la vez que se constituye en el eje del estallido de los carniceros por subir un vídeo a Twitter, aconsejando reducir el consumo de carne y embutidos con valoraciones de todo punto subjetivas.
Tenemos por delante elecciones varias y bien haríamos si reflexionáramos bastante más de lo que lo hemos hecho en las anteriores. España está en una crisis peligrosa gracias a una generación de politiquillos a los que no les duelen prendas que nos vallamos al carajo, como ya han demostrado, y que merece que pensemos y mucho sobre a quién poner al cargo en este momento trascendental.
Es vital atajar a tiempo la degeneración a la que nos están llevando políticos como estos, Pili y Mili, antes de que se concrete nuestra caída en el pozo populista y autocrático.

Hace tiempo leí, no recuerdo si en un artículo o en un libro, los cuatro criterios que sirven para identificar a un político totalitario y autócrata, y lamentablemente resultan muy cercanos a como se manejan esta suerte de políticos de salón que afectan a nuestra democracia y sus periodistas afines.
Los cuatro criterios eran: “Un débil compromiso con las reglas del juego democrático, negar la legitimidad de los adversarios, tolerar o alentar la violencia e intentar restringir las libertades civiles de rivales o críticos”.
¿Les suena? A mí sí.
Pili y Mili no son más que una anécdota, incomodos y molestos, pero anécdotas, al fin y al cabo. No son más que el reflejo de una España que vota con el estómago más que con la cabeza. Son el lamentable exponente de lo que nos falta por evolucionar en este país.
Esta suerte de titiriteros de nuestra política no es única. Sabe el lector de sobra que dentro del gobierno, y a los lados de este, existen más nombres de jugadores de ventaja, actores y actrices de comedia y monologuistas sectarios. Gente que por azar de la crisis convencieron a incautos y progres de toda la vida.
Mucho me temo que bastantes de estos “convencidos” permanecen en su ánimo suicida y volverán a votar, a los sondeos me remito, solo pido que el resto desperte con la suficiente potencia como para redirigir el rumbo de este país emitiendo un voto racional y colocando políticos de Estado en donde hoy solo hay Pilis y Milis.
Pues eso
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Ese vallamos me ha hecho daño a los ojos…
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Toda la razón del mundo, no es incultura es exceso de rapidez y falta de atención. Muchas gracias y gracias por leer
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